Planean hacer descender la sonda poco a poco hacia el cometa, para que tome todos los datos posibles a través de su robot 'Philae', hasta que se estrelle definitivamente en la superficie del cometa...
Patrick Martin, Lawrence O’Rourke y Marc Costa son tres exploradores contemporáneos. En la sede de la Agencia Espacial Europea (ESA) en Villanueva de la Cañada, en Madrid, sentados frente a una Coca-cola y una bandeja de canapés, están a salvo de las amenazas de los indígenas hostiles que acabaron con Fernando de Magallanes o el frío polar que enterró a la partida expedicionaria de Robert Scott. Sin embargo, con un poquito menos de épica, los tres participan en una de las misiones de exploración más ambiciosas emprendidas por la humanidad.
En estos momentos, la sonda Rosetta órbita el cometa 67/P Churyumov-Gerasimenko a algo menos de 300.000 millones de kilómetros de distancia. Sobre la superficie, hace ocho días, despertó el robot Philae, que había permanecido siete meses inactivo tras su aterrizaje en noviembre del año pasado. Desde entonces, la ESA trata de obtener una comunicación estable desde Rosetta, que ahora se encuentra a unos 200 kilómetros del cometa.
“Vamos a intentar volar por encima de Philae, más cerca, para conseguir conexiones más largas”, explica Martin, jefe de misión de Rosetta. Mientras ingenieros y científicos tratan de recolocar la sonda y acercarla a Philae para mejorar la comunicación, el cometa se acerca al Sol y con el incremento de temperatura aumenta también la actividad sobre la superficie. Ver el articulo completo en: ELPAÍS.com / Ciencia |